viernes, 6 de noviembre de 2015

Ante clima de violencia, fotógrafos y reporteros crean la asociación Derecho a Informar

En 2015 han sido asesinados siete periodistas. Foto: Cristina Rodríguez.   

Redacción


Ante el clima de violencia que padecen los periodistas en México, un grupo de fotógrafos y reporteros se organizó para crear la asociación Derecho a Informar, que busca proteger los derechos de los periodistas que ejercen en nuestro país, así como exigir condiciones óptimas de seguridad. 


Se trata de una iniciativa que, hasta el momento, reúne a alrededor de 30 profesionales y la idea es organizarse para tener mejores condiciones de seguridad en las coberturas diarias e incluso mejoras laborales, entre las que se contempla la protección de la salud, de la que casi la totalidad de los periodistas en nuestro país carecen.


Como una manera de recaudar fondos, los integrantes de Derecho a Informar organizan un “Bailongo con causa”, que se llevará a cabo el 7 de noviembre a las 19:00 horas en el local de la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (UPREZ), que se ubica en la calle Certificados 6, esquina Corresponsales, colonia Álamos, a dos cuadras del Metro Xola.


La naciente asociación convoca de manera abierta a reporteros, fotógrafos, camarógrafos y caricaturistas para que se sumen a este proyecto y juntos -a través de talleres, capacitaciones y cursos- cambien la realidad que todos los días padecen los periodistas en nuestro país. 


Y es que en los últimos 15 años, en México fueron asesinados más de cien periodistas y 17 se encuentran desaparecidos. Tan sólo en lo que va del 2015 fueron asesinados siete periodistas y se documentaron alrededor de 227 agresiones, concentradas esencialmente en tres entidades: Guerrero, la ciudad de México y Veracruz.


Hasta la fecha ninguno de estos crímenes se ha esclarecido. Este clima de violencia e impunidad nos ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo.


“Derecho a informar” es una organización de periodistas para periodistas y significa aprender a inventar nuestras propias formas de encontrarnos, de protegernos y ayudarnos para que nuestra labor siga siendo una forma de vida y no una sentencia de muerte.



sábado, 26 de septiembre de 2015

“Lucha por Ayotzinapa”, de Enrique Rashide, muestra la rabia y la unión de un pueblo ante la tragedia

Texto: Juan Carlos Aguilar
Edición: Lizeth Arauz



El último ha sido un año saturado de angustias y zozobras. De llanto y rabia. De una profunda tristeza, sí, pero también de una inusitada energía que ha sostenido la misma exigencia los últimos 365 días: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Ese ha sido el clamor que ha rasgado al país a lo largo y ancho del territorio, tras la desaparición de los 43 normalistas en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014.
                                                                                         
Una exigencia que ha retumbado en cada una de las marchas y protestas en la ciudad de México y en cada uno de los estados del país que se han sumado a esta causa. Y sin embargo, de nada han servido las movilizaciones y los reclamos para encontrar el paradero de los estudiantes.

Fundamentadas en mentiras, en verdades a medias y en una falta de protocolos elementales, las investigaciones no han dado ningún resultado. Doce valiosos meses desperdiciados, más que por la ineptitud, por un acto doloso que ha preferido proteger a los funcionarios involucrados y dar la espalda a los padres de los normalistas.



La “verdad histórica” de que los estudiantes habían sido incinerados en el basurero de Cocula, y con ello dar carpetazo al asunto -“Ya supérenlo, la vida sigue”, pedía el presidente Enrique Peña Nieto- resultó ser una mentira histórica. Se esfuerzan por decir qué no ocurrió, en lugar de explicar lo que sí sucedió.  

Y a la par de este choque de posturas que ha llegado a las confrontaciones físicas entre los manifestantes y las fuerzas policiacas, se libra también una “guerra mediática” entre quienes defienden a ultranza los dichos de la Procuraduría General de la República y aquellos que rechazan de tajo las versiones del gobierno.

Mientras la televisión desalienta la protesta y trata de rijosos y violentos a quienes se atreven a exigir justicia, los periódicos se contradicen y desinforman. Confunden. En sus páginas, todos opinan y dan su versión de lo que, aseguran, sí pasó, según el columnista en turno.

Ante la tergiversación de los hechos, clara y consciente, la fotografía periodística ha jugado un papel vital al mostrarnos cómo se conformó esta lucha que sepultó definitivamente el sexenio de Peña Nieto.  

En algunos años, cuando revisen este tema, las nuevas generaciones leerán reportajes y crónicas para dimensionar la gravedad del tema. Pero el entendimiento cabal no llegará hasta que observen las imágenes de las multitudinarias marchas y de las protestas contra las autoridades.



Hasta que observen los rostros inconsolables de los padres de familia y aquella funesta imagen de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa –con 43 sillas vacías y un Cristo crucificado coronando las súplicas- que se convirtió de un momento a otro en una sala de espera de malas noticias. No hay que imaginar, sólo observar.
  
Si a la fotografía, con su alto valor informativo y su capacidad para conformar una memoria histórica de todo lo que ha sucedido- le sumamos casos particulares de fotoperiodistas que han logrado hacer un registro puntual y equilibrado de los principales acontecimientos que conforman esta tragedia, casi siempre de manera independiente -los medios de comunicación gubernamentales no se han interesado por las coberturas de largo aliento-, el resultado es invaluable y esclarecedor.

De los cientos de fotógrafos que cubren el caso Ayotzinapa, muchos son los que han hecho más que el mero registro que se ajusta a la línea editorial de los medios para los que trabajan. Son varios los fotoperiodistas que han construido una narrativa personal y poderosa en términos estéticos.




“QUIERO DAR LA VOZ A LAS VÍCTIMAS DE LA CORRUPCIÓN”

Uno de ellos es el trabajo del fotógrafo Enrique Rashide Serrato Frías (Ciudad de México, 1984), quien ha realizado una intensa cobertura de los acontecimientos, primero para la agencia Cuartoscuro –de la que es corresponsal en Sinaloa desde hace tres años- y luego de manera independiente, en su propósito, asegura, de “dar la voz a las miles de personas que todos los días luchan para se haga justicia”.

Las imágenes de su ensayo “Lucha por Ayotzinapa” -de las cuales siete se muestran en esta publicación- son elocuentes. En cada una de ellas se ve la fuerza de su mirada y la pertinencia de su tiro. Va más allá de los hechos, para registrar las emociones, la rabia y la pesadumbre. En Iguala, Acapulco, Chilpancingo o Ayotzinapa, el resultado es el mismo.

Sin embargo, para Rashide Ayotzinapa es el detonante de otras muchas injusticias a las que desea dar eco. “Busco darle voz a todas aquellas personas que de una u otra manera han sido víctimas de la corrupción que se vive en el país, desde el nivel más bajo hasta niveles que sobrepasan todo límite, y con ello ayudar a las nuevas generaciones a comprender lo que ocurre”.

“Echar un vistazo al pasado es revivir una y otra vez la misma película, el mismo final. Por eso es vital dejar un registro, mostrar la problemática que se vive en el país. Como fotoperiodista ese es mi principal objetivo”.




Agrega: “Hay muchos ejemplos que demuestran el valor de la fotografía como documento histórico: ahí está el 2 de octubre del 68, el terremoto del 85, Acteal. Lo vemos también en el trabajo que el compañero Marco Ugarte realizó durante 26 años sobre la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile”, dice Rashide, quien en 2013 fue galardonado con el Premio Nacional de Fotoperiodismo por su reportaje “Escuela de Cartón”.

Considera Rashide que actualmente, debido a la facilidad con la que se toman y comparten fotografías a través de internet, existe una saturación visual. “Por eso siempre he tratado de realizar ensayos de largo aliento donde muestre mi punto de vista. En esta primera parte de “Lucha por Ayotzinapa” mi interés fue reflejar cómo lucha un pueblo y cómo se une en la tragedia. Nos hace reflexionar acerca de lo que sucede, lo que puede dar la pauta para que en un futuro cercano se dé el cambio profundo que todos esperamos”.




A  un año de la desdicha de Ayotzinapa, el dolor se ha transfigurado en un coraje inusitado. Esta historia apenas comienza y muchos fotoperiodistas estarán ahí para registrarlo y convertirlo en historia. Así sea.         


domingo, 20 de septiembre de 2015

“Uno de los días más terribles de mi vida”; Enrique Metinides relata su experiencia del terremoto

Juan Carlos Aguilar

Los escombros del emblemático Hotel Regis en una imagen de Metinides.

Eran las 7:19 de la mañana de aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 cuando cientos de edificios se estremecieron de un lado a otro, hasta que, tras noventa segundos de pánico, cayeron las estructuras que produjeron la muerte de miles de personas. Las heridas aún no cicatrizan, de hecho siguen abiertas y sangran a la menor provocación.

Y no es para menos. Las historias de terror que se vivieron en la zona del desastre calaron hondo en la mente de todos los implicados, como en la del fotógrafo Enrique Metinides (1934), quien por más de medio siglo capturó los acontecimientos más sangrientos del país para el periódico La Prensa.

En entrevista, Metinides rememora su experiencia de aquel jueves negro.

“En ese entonces yo vivía en Mariano Escobedo ¡y me despertó el sismo! De inmediato me imaginé que algo grave había pasado, así que me vestí, saqué el coche del garaje y me fui por todo Mariano Escobedo hasta tomar la avenida Ejército Nacional, donde veía que subían y bajaban ambulancias”, recuerda Metinides, quien publicó su primera fotografía en La Prensa cuando tenía 11 años de edad.

Ahí, aprovechó su amistad con personal de la Cruz Roja Mexicana para subirse a una ambulancia que estaba cargando gasolina. En ese momento comenzó su dramático itinerario por las áreas más afectadas de la ciudad.

Ya en el vehículo, junto con los paramédicos, relata Metinides que empezó a oír por radio que había muchas víctimas y edificios que se habían caído; “era un cruzadero de ambulancias, como si estuviéramos en Irak. Venía una y a las dos cuadras veía otra y luego otra. Ahí entendí que la situación era realmente grave, más de lo que me había imaginado”, dice Metinides.

“Nosotros nos dirigimos al Monumento a la Revolución, donde se habían caído dos hoteles. Íbamos en camino, cuando, para nuestra sorpresa, vimos dos edificios que estaban totalmente inclinados y el piso lleno de cadáveres; dos de ellos se quedaron colgados. Esas fueron las primeras fotografías que tomé”. 

Después nos dimos vuelta en la calle Ezequiel Montes, en la colonia Tabacalera, donde se había caído un hotel de ocho pisos; después supe que ahí murieron 95 huéspedes y quedaron heridos como 15. Se colapsó tanto que el edificio quedó de dos pisos, así que los que se salvaron fueron los de hasta arriba”.

En ese ambiente de tragedia era fácil toparse con la muerte. Como le sucedió cuando, luego de rodear el Monumento a la Revolución, llegó al lugar donde habían caído los dos hoteles reportados: “Ahí se acababa de aventar una muchacha estadounidense; se suicidó del quinto piso. Tenía cinco minutos de haberse aventado cuando le tomé las fotos. También había mucho prensado.

“Luego de ver todo lo que había sucedido durante varios  minutos, llegó en su coche Jacobo Zabludovsky y me entrevistó. Cuando le dije: ‘aquí a la vuelta hay muchísimos muertos’, no me creyó. Me encontró en la calle La Fragua y le platiqué eso, pero yo le vi en la cara que no me creyó”.

Metinides lo creía porque lo había visto. Como cuando subió, junto con rescatistas, a un edificio ubicado en la avenida Insurgentes a la altura de la calle Durango. Ahí vio a un muerto con una pistola en la mano. “Se suicidó. No pudo salir y se mató”.

"Había lugares donde sobraba la fotografía y ayudaba a los heridos".
Los recorridos de Metinides después del terremoto se extendieron durante varios días. Y en todos ellos, las tragedias salían a flote. Como aquel caso en el que rescataron a un muchacho que abrazaba a su hermano muerto desde hacía dos días. Lo salvaron gracias a que pudo hacer una sola llamada por teléfono; después ya no tuvo línea. “Duró dos días con el cadáver porque tardaron en rescatarlo”.

Con una memoria puntual, El niño, como era conocido Metinides, describe el escenario apocalíptico que observó después, mientras caminaba sobre avenida Juárez: “Un edificio del ISSSTE estaba derrumbado; veía las columnas de humo al fondo, allá por la Alameda Central, que después caí en cuenta que era la tienda Salinas y Rocha y el Hotel Regis; estaban ardiendo.

“Era increíble cómo estaba derrumbado el Hotel Regis, el más famoso de México. Fue una de las cosas más aparatosas que vi en mi vida a lo largo de 50 años de trabajo ininterrumpido. Nada más se veían los letreros dorados y yo me preguntaba: ‘¿cuánta gente no habrá abajo?’”.

La imagen de aquellos escombros del Regis es una de las cinco que aún conserva Metinides, debido a que las miles que tomó en aquellos días le fueron confiscadas por el gobierno de Miguel de la Madrid.

MILAGRO EN MEDIO DE LA TRAGEDIA

Otra historia que cuenta Metinides es la de una mujer que, de manera increíble, resultó ilesa. Un milagro en medio de la tragedia.

“Estaba en la Cruz Roja y me preparaba para salir rumbo a los multifamiliares Juárez que quedaron demolidos. Sin embargo, cuando apenas íbamos, nos paró la gente porque se había caído una casa. Nos metimos corriendo y los socorristas sacaron a una muchachita como de 15 años, toda llena de polvo, prácticamente sepultada, pero sin ninguna herida. No nos la llevamos porque no le pasó nada. Me acuerdo que la gente nos despidió con un aplauso”.

Y es que Metinides -quien a lo largo de toda su carrera cubrió incendios, asesinatos, suicidios, choques e inundaciones- tiene sus intereses muy claros: tomar fotografías y después ayudar a los lesionados.

“Cargaba a los heridos, los ayudaba a subir a la ambulancia. Había lugares en donde sobraba la fotografía, que es en donde yo más ayudaba. Inclusive a muchos niños que se estaban muriendo yo les daba respiración de boca a boca”.

En el multifamiliar Juárez las ruinas se repetían hasta el infinito. “Ahí los edificios se cayeron como dominó; se quedaron todos en fila pero tirados”. Lo mismo sucedió con el Hotel del Prado y otras construcciones circundantes al Centro Histórico, como las que había en San Juan de Letrán: “Ahí era la guerra, haga de cuenta que habían bombardeado; había puros edificios tirados”.

RESCATE DESDE LA SOCIEDAD CIVIL  

En medio de los escombros y el pánico de los supervivientes, las labores de rescate no se hicieron esperar, principalmente de la sociedad, que no dudó en solidarizarse con las víctimas. Sobre esto, señaló Metinides que “faltaban bomberos, pero la misma gente, el pueblo, estaba ayudando.

“En todos los lugares donde yo llegué había gente, hasta señoras y niños, ayudando a sacar personas, era increíble. Además prestaban sus autos para llevar a los heridos a los hospitales. Sacándolos del derrumbe los metían al coche y salían disparados. Era una cantidad increíble de carros por toda la ciudad, no creas que sólo había ambulancias”.

Tras relatar su recorrido, Metinides afirma categórico: “Calculo que vi unos tres mil muertos, entre los que estaban recolectando en el forense y los que llevaban día con día al estadio de béisbol del Seguro Social; ahí llegaban camiones con hielo y se los ponían encima. Esas fotos ni las publicaban porque estaban muy dramáticas”.

Ese 19 de septiembre, ya en la noche, Metinides, exhausto, regresó a la Cruz Roja, donde tomó las últimas fotografías del día. “Estaba platicando a mis compañeros lo que viví y recuerdo que de repente me puse a llorar en el hombro de un comandante. Fue uno de los días más terribles de mi vida”. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Las imágenes del terremoto, una memoria viva a 30 años de la tragedia


Juan Carlos Aguilar

Imagen del edificio Nuevo León, en Tlatelolco, tomada por Marco A. Cruz.

Con motivo del 30 aniversario del terremoto que sacudió a la ciudad de México aquel aciago 19 de septiembre de 1985, actualmente se presentan diferentes exposiciones fotográficas que dan cuenta de los momentos de crisis que vivió la sociedad minutos después de la tragedia, de la solidaridad de la población ante la inaudita parálisis del gobierno y de las oportunas intervenciones de los cuerpos de rescate que trabajaron incansablemente los días siguientes.

Fueron decenas de fotógrafos los que de manera estoica registraron puntualmente diferentes aspectos de ese jueves negro: desde las afectaciones en los edificios ubicados en las avenidas Juárez y San Juan de Letrán (después renombrado Eje Central Lázaro Cárdenas), en algunas calles de las colonias Roma y Doctores, y en Tlatelolco, hasta aquellas escenas del Parque del Seguro Social que de un momento a otro se convirtió en una gigantesca morgue.

Están también las imágenes que se concentran en el drama personal, en hombres azorados ante una ciudad que cambió su fisonomía en un parpadeo. En mujeres que lloran y que ruegan al cielo un poco de clemencia. Y en algunos niños que llevan consigo, a rastras, las pocas pertenencias que logran mantener consigo.

Algunas de esas imágenes se publicaron en su momento en medios impresos; sin embargo, gran parte de ese material se mantuvo (y se mantiene) inédito. Conocemos, pues, sólo una parte de todo lo que se registró hace tres décadas. Ahora, con el pretexto de un aniversario más, se suman nombres e imágenes a esa memoria colectiva que nos determinó como sociedad.

Sismos de 1985 en la memoria de México

Con imágenes provenientes del Archivo General de la Nación, la muestra reúne 83 fotografías, de las cuales más de 50 son inéditas de los Hermanos Mayo. En ellas, dice Armando Cristeto Patiño, el curador de la muestra, se puede observar un registro “fino y cuidadoso de la tragedia personal”, algo poco común en las imágenes que se conocen hasta ahora, que se concentraron más en tomas panorámicas que en cómo la gente vivía de manera individual la tragedia.

Los Hermanos Mayo llegaron a México en la época del franquismo y se les reconoce por introducir a nuestro país las cámaras Leica y usarlas en las coberturas de situaciones críticas, en un tiempo en el que los fotoperiodistas mexicanos aún utilizaban cámaras de formato medio, que resultaban pesadas e incómodas, y en consecuencia imprácticas, para registrar este tipo de eventualidades.  

Imagen de los Hermanos Mayo tomada en Eje Central esquina Vizcaínas.

La exposición, que se presenta en la galería abierta de las rejas de Chapultepec, exhibe además imágenes de la Colección Fotográfica del Terremoto de 1985 y de los archivos de la Cruz Roja Mexicana, la Organización Panamericana de la Salud y el periódico El Universal.

Ciudad en vilo

También en la galería abierta de las rejas de Chapultepec se presenta esta muestra que reúne 58 imágenes de, entre otros, Carlos Contreras, Marco Antonio Cruz, María Inés Roqué, José Luis Lepez,  Guillermo Aldama, Guillermo Soto, José Luis Mendoza, Enrique Bostelmann y Gloria Fraustro en las que se observan los severos daños que causó el terremoto en decenas de edificios y escuelas de la ciudad de México.  

Curada por el investigador Alfonso Morales, la exhibición también presenta tomas aéreas de la empresa Aerofoto, que pertenecen a la Fundación ICA.

Los días del terremoto

Esta muestra que se exhibe en el Museo del Estanquillo (Isabel la Católica 26, Centro Histórico) reúne 80 piezas –entre fotografía, video, pintura, dibujo y mapas- que dan cuenta de la producción artística y cultural que produjo el terremoto en las últimas tres décadas.

Curada por Ana Elena Mallet, la muestra busca hacer esta revisión de la mano de obra de artistas como Rubén Ortiz Torres, Germán Venegas, Bob Schalwijk, Manuel Álvarez Bravo, Fabrizio León, Carlos Mérida, Vicente Rojo, Rafael Barajas El Fisgón, Amor Muñoz, Paloma Torres, Mónica Mayer y Santiago Sierra. Todos ellos, de manera metafórica, hablan del “derrumbamiento” de los principios de una modernidad o, como apuntara Carlos Monsiváis, de la “sacudida” que vivió la estructura social de los habitantes de la ciudad.

"Edificio iluminado" de Santiago Sierra. 













jueves, 30 de julio de 2015

Guillermo Kahlo, el gran preciosista que documentó el México colonial

Juan Carlos Aguilar
Imagen de la Catedral Metropolitana tomada por Guillermo Kahlo.

Sobre la obra de Guillermo Kahlo (1871-1941) tres adjetivos recaen constantemente: “impecable, acuciosa y precisa”. De origen alemán -nació en la ciudad de Pforzheim-, sus imágenes se caracterizaron por su mirada exacta y su impecable resolución técnica, tal y como lo demuestran sus miles de fotografías de monumentos, edificios, interiores, habitaciones, fábricas y vistas de diferentes regiones de México, que conforman casi la totalidad de su trabajo.
Ahora, una pequeña pero sustancial parte de estas imágenes, capturadas a finales del siglo XIX y principios del XX, se puede observar en la exposición Mirada en fuga -inaugurada el pasado 16 de julio- que exhibe 21 fotografías de edificaciones del Centro Histórico de la ciudad de México.
Las imágenes son más que elocuentes. Ahí están, codo a codo, el telón de Tifany del Palacio de Bellas Artes, el bosque de Chapultepec, el Palacio Postal o la majestuosa Catedral Metropolitana, rodeada aún por tranvías.
Montada en el Museo Archivo de la Fotografía (MAF), la muestra, que se presentará hasta octubre próximo, fue curada por Mayra Mendoza Avilés, actual subdirectora de la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que se ubica en Pachuca, Hidalgo.
En dicho recinto se resguarda el acervo más grande de la obra de Kahlo, tres mil piezas, entre placas negativas e impresiones elaboradas por el autor, las cuales provienen de dos colecciones: la primera procede del Antiguo Museo Nacional, precedente directo del INAH, mientras que la segunda fue una donación que hizo la familia Álvarez Bravo y Urbajtel en 2004.  
De ese total, 20 por ciento (alrededor de 600 fotografías) son tomas que efectuó en la ciudad de México. Justo de ese apartado se realizó una primera selección de 35 imágenes que luego quedó en 22, para finalmente exhibir 21, las cuales –y este es un valor agregado de la exhibición- son impresiones realizadas por contacto entre el negativo original y el papel fotográfico. Por esta razón, las piezas tienen la misma proporción de la placa negativa que utilizó Kahlo.

UN FOTÓGRAFO VANGUARDISTA
“La idea era muy clara: debíamos mostrar imágenes sobre el Centro Histórico, que es justo donde se realiza esta muestra; ese era el eje”, expresa en entrevista con ExpósitoPHOTO Mendoza, quien destacó el preciosismo en las imágenes de Kahlo para luego asegurar que su obra está más próxima a las vanguardias.
“Para esa época, finales del siglo XIX y principios del XX, todavía está el pictorialismo de moda (movimiento fotográfico que surgió en las últimas dos décadas del siglo XIX). Es decir, placas con cierta borrosidad, ensoñadoras y un poco bucólicas. Kahlo hace todo lo contrario: las suyas son imágenes con escala humana, muy balanceadas, donde todo es claridad. La idea es mostrar el inmueble en todo su esplendor. Muy limpias, muy pulcras, que nada tiene que ver con ese pictorialismo”.
Respecto a su gusto por la precisión, Mendoza relata que “incluso en los bordes de las mascarillas, Kahlo a veces incluía cuánto tiempo de revelado darle al piso, cuánto a las ventanas o dónde había que viñetear, porque él era su propio impresor. Sí es un autor muy alemán en cuanto a este asunto de limpieza, pero también juega con una abstracción que está encontrando”.
“KAHLO, UN FOTÓGRAFO DEL SIGLO XIX”
Carl Wilheim Kauffman -quien fue conocido en México como Guillermo Kahlo- nació en 1871 y emigró a México en 1890, con apenas 19 años. Rápidamente se integró a diversas actividades comerciales en nuestro país, para luego convertirse en el encargado de los libros de contabilidad de los establecimientos mercantiles propiedad de ciudadanos alemanes.
Pronto contrae matrimonio con María Cárdena con la que tuvo dos hijas: María Luisa y Margarita. Sin embargo, tras cuatro años de casado queda viudo. Con dos hijas bajo su cuidado en un país que no es el suyo, Kahlo decide trabajar en la joyería “La Perla”, ubicada en la calle Plateros, hoy Madero, continuando así con la tradición familiar: su padre también era joyero.
Cosas del destino, en la joyería conoce a Matilde Calderón González, con quien formará una nueva familia. Tienen cuatro niñas: Matilde, Adriana, Cristina y Frida. Y junto con esta nueva vida, llegó también una nueva perspectiva profesional que no se imaginó antes: la fotografía. El padre de Matilde era fotógrafo y fue la primera persona que lo asesoró en la materia.
Estudia a profundidad todos los secretos de la fotografía para convertirse en uno de los autores más destacados de principios del siglo XX y un decano en el registro de monumentos y edificios, algo inusual en aquella época, caracterizada más por el retrato.
Para el fotógrafo y editor Pablo Ortiz Monasterio, “no hay nadie en México, nadie, que haya tenido ese tipo de producción. Especializado en arquitectura, ¡hacía placas de 11x14 pulgadas, son enormes!”.
En poco tiempo, sus imágenes de la Catedral Metropolitana y de algunas calles representativas de la ciudad  se vuelven icónicas, un emblema de exportación.
Detalle del órgano de la Catedral Metropolitana.

Pero eso ocurrió después. Monasterio relata que hubo un momento en el que México, a finales del siglo XIX, durante pleno porfirismo, le da la espalda a toda la arquitectura colonial.
“No interesa porque todos voltean a París; se afrancesa la cultura en el mundo entero y en México también. Toda la arquitectura colonial se abandona, se descuida. De repente los americanos a mitad del siglo XIX se apropian de la mitad del territorio nacional: Texas, Nueva México, Arizona y California, de tal suerte que se quedan con un poco de arquitectura colonial. 
“En Estados Unidos se interesan mucho por este periodo, la comienzan a estudiar, incluso un grupo de personas que había viajado a México publica un libro sobre la arquitectura colonial que hay en el centro del país, de Zacatecas para abajo”.
Precisamente con esa publicación, explica Monasterio, Porfirio Díaz se da cuenta que hay un interés en lo colonial por parte de las elites académicas de Estados Unidos. “Por eso le pide a Kahlo que documente todos los monumentos coloniales durante una década. Con placas 11 x 14 pulgadas se pone a fotografiar edificios; era tan meticuloso que se esperaba a que pasaran las nubes hasta hubiera un cielo neutro, grisesito pálido, para poder registrar el edificio con una intención que nadie tuvo en ese momento.
Sobre su estilo, dice: “Kahlo se asumió como documentador, él no quería figurar, ser autor, componer o hacer cosas modernas, no. Quiso dar cuenta del monumento que es, con humildad y una gran capacidad técnica, ese es el trabajo de Kahlo, que luego terminó siendo su estilo. Su merito fue desaparecer y volverse un documentador. Ese trabajo es único, no creo que haya nadie en Latinoamérica que lo haya hecho. Y sabes, con el dinero que le pagaron por ese encargo construyó la ahora famosa Casa Azul. 
“Kahlo es un fotógrafo del XIX. En México, los únicos fotógrafos notables del XIX fueron retratistas. Nadie se puso a retratar los monumentos coloniales, en eso Kahlo es pionero”.
El Museo Archivo de la Fotografía se ubica en República de Guatemala 34, Centro Histórico (atrás de la Catedral). Horarios: martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas. 

jueves, 2 de julio de 2015

Fotógrafos de SLP exigen transparentar Premio Estatal de Periodismo

Juan Carlos Aguilar

Luis Ricardo Solache de "Pulso. Diario de San Luis".
Para el fotógrafo Luis Ricardo Solache el asunto está muy claro: si los organizadores del Premio Estatal de Periodismo San Luis Potosí desean realmente recuperar la credibilidad que el certamen perdió en la más reciente edición, la del 2015, es necesario cambiar las reglas del juego.

Solache ni siquiera se refiere a un cambio radical, sino a uno muy sencillo, pero efectivo: que se conforme un aparato de transparencia que permita seguir en tiempo real las deliberaciones que el jurado haga y así poder saber porqué una fotografía fue ganadora o no en dicho certamen.

“En primera instancia queremos que una cámara videograbe todo lo que sucede en el momento de las comparecencias, cuando están calificando los trabajos, ya no digamos estar ahí presentes o crear un comité alterno que esté observando todo. Yo creo que con el recurso electrónico sería suficiente”.

CONTROVERSIA

Solache platica con ExpósitoPHOTO luego del descontento que alrededor de 50 fotógrafos de San Luis Potosí mostraron con el jurado de dicho premio, el pasado 15 de junio, por otorgar el primer lugar (de los tres que se otorgaron) a una fotografía que “no tiene ningún valor periodístico” -de acuerdo con los inconformes-, sin que hubiera ninguna argumentación de por medio.

La protesta cruzó las fronteras de San Luis Potosí gracias al eco que hicieron las redes sociales, particularmente Facebook y Twitter, a través de los hashtags #periodistasSLP y el exitoso #posquierounpremio.

Dice Solache, quien actualmente trabaja para Pulso. Diario de San Luis: La imagen no tiene los criterios adecuados como para merecer el premio. No nos dimos cuenta antes porque cuando se presentan las convocatorias, los participantes entregamos nuestro trabajo dentro de un sobre cerrado; sin embargo, ahora que la vimos, nos damos cuenta que no tiene nada”.

La fotografía ganadora es de Sergio Arturo Vega Gómez y muestra en primer plano uno de esos aparatos que se utilizan en las autopistas para medir la velocidad a la que conducen los automovilistas para cerciorarse que no rebasan el límite permitido; al fondo, se ven algunos autos pasar. Nada más.  

La imagen que motivó el debate en el gremio.

“Si la foto mostrara un accidente, gente ayudando, bomberos o algo, ya nos aportaría un mensaje más claro, más información, pero no muestra realmente nada. Si la vemos al lado de algunas fotografías que concursaron, pues realmente no tiene nada que hacer”.

Y reflexiona: “Si nosotros no tenemos una foto buena que mostrar, no le entramos por decencia. El joven (Sergio Vega) no tuvo una ética profesional y eso habla mucho de cómo va a ser su carrera. Para nosotros ya perdió el respeto como periodista”, expresó Solache, quien afirmó que él y los fotógrafos inconformes, además de articulistas, reporteros, camarógrafos que se han sumado a esta causa, buscan sentar un precedente para que no se vuelva a repetir este escenario.

Aunque quisimos compartir en este espacio la fotografía que ganó el segundo lugar, tomada por José Antonio Álvarez, esto no fue posible porque no se encuentra en la página oficial del Premio Estatal de Periodismo (http://premioestataldeperiodismoslp.blogspot.mx/), muestra de la desorganización de dicho certamen, y tampoco se consigna en las versiones digitales de medios locales. 

El tercer lugar lo obtuvo Miguel Jaramillo con la imagen que aquí les compartimos: 



-En tu opinión, ¿qué es lo que el jurado vio, que todos los demás no? ¿Consideras que respondieron a otros intereses? 

-La razón del jurado, pienso, es que hace un año más o menos estaba en auge la polémica por los aparatos que miden la velocidad de los automóviles. Eso causó mucha discusión y desencanto. Quiero pensar que por el furor de la noticia es que la imagen fue considerada, pero, como te digo, ¡ésta no muestra nada!

Casualmente el ganador es hijo del presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Desde luego, nosotros no podemos aventurarnos a que haya un juicio por corrupción sin tener ninguna prueba ¿Cómo podríamos comprobar el hecho? Es difícil. Si fue un regalo o no, no podemos saberlo. Lo que sí sabemos perfectamente es que no tiene méritos para ganar el premio. Y aclaro: nuestro problema no es contra el joven, sino contra la manera en cómo se realizó el proceso y cómo se pueden usar estos espacios para favorecer a ciertas personas.

Además de la falta de transparencia en el certamen, Solache lamenta la falta de conocimientos periodísticos por parte del jurado. “No sabemos quiénes conforman el jurado, es algo que no hemos exigido. Cada año los van cambiando, supuestamente para que haya frescura. Por otro lado, el jurado lo conforman catedráticos y académicos de varias universidades, lo cual en un sentido ayuda mucho, pero en otro es perjudicial porque no tienen criterios periodísticos para calificar las imágenes”.

Justo, a decir de Solache, esa sería otra de las exigencias: que el jurado lo integren personas del gremio periodístico, colegas que conozcan de las dificultades del trabajo que diariamente realizan los fotoperiodistas en las calles.

Muestra de lo que dice es la siguiente imagen de Fabiola Rodríguez, que no fue considerada por el jurado: 




A casi un mes, algunos fotógrafos han desistido en esta causa, pero a cambio otros colegas de medios como La Jornada de San Luis, El Heraldo, Tv Azteca, Televisa y Cablecom se han sumado para exigir que las cosas cambien. “Esto no se centra sólo en los fotógrafos. Como nos pasó a nosotros, les puede pasar también a ellos. No queremos que esto se diluya".    

Mientras batallan por lograr estos cambios, planean realizar una exposición con los trabajos que participaron en el certamen y dar un premio simbólico. “Queremos sentirnos orgullosos de nuestro trabajo”, finaliza Solache.

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En medio de esta polémica es pertinente hacerse una pregunta: ¿Qué hace buena a una fotografía periodística? Al menos, hay tres elementos imprescindibles: contenido, ética y estética.

En primer lugar, la imagen periodística debe aportar información al lector, otorgarle algún elemento o  un dato extra. 

En segundo lugar, deberá informar pero sin faltar a los códigos éticos que rigen el buen periodismo. Hay límites. En fotoperiodismo, no se deben agregar o quitar elementos en una imagen o montar un escenario y ofrecerlo como un registro de la realidad. Desde luego, se pueden retocar las imágenes, dar intencionalidad a ciertos elementos, pero no agregar o quitar a un personaje que no estaba en la toma original.

Además, se debe respetar el derecho a la dignidad de los fotografiados, así como a la buena imagen, a la vida privada y a la presunción de inocencia, entre otros derechos de los que aparecen en una imagen periodística. 

En tercer lugar, la imagen deberá contar con la 
estética adecuada que contenga ángulo, composición  y manejo de la luz que permitan mostrar un mensaje claro. 

lunes, 20 de abril de 2015

Enrique Bordes Mangel, conciencia de disidentes y uno que otro aporreado


Enrique Bordes Mangel en su casa en 2008.

Juan Carlos Aguilar

Los que lo conocieron saben que fue un hombre insurrecto, contestatario y dueño de una honestidad a prueba de balas. Él mismo se definía como una persona inconforme, íntegra y, ante todo, humilde. “Por lo menos para mí, esto último es lo más importante”, expresa en entrevista, quien nació el 19 de abril de 1922.

Humilde, pero no sumiso. En el ejército fue dado de baja por mostrar una “mala conducta incorregible”. Se trata del reportero gráfico Enrique Bordes Mangel (1922-2008), quien durante más de medio siglo capturó los acontecimientos sociales más violentos de la ciudad de México como una forma de evidenciar la agresión del gobierno contra los disidentes.

Así, cientos de marchas, protestas y represiones policiales forman parte de su extenso archivo fotográfico, conformado por más de 22 mil negativos, en los que se advierte la saña de las autoridades a la hora de aplacar a los inconformes y que el propio Mangel sufrió en carne propia al recibir múltiples golpizas.

Por eso le creemos a pie juntillas cuando dice que arriesgó su vida varias veces con tal de obtener la mejor foto. Mucho más cuando se observa aquella imagen en la que un hombre le apunta de frente con una pistola y que Mangel tuvo la ocurrencia de titular “Mi pelotón de fusilamiento”.

“La tomé justo cuando un infeliz me está disparando. Pegué un salto de inmediato, así que estaba en el aire cuando tomé la fotografía. Digamos que cada quien disparó su arma, nada más que yo gané. Recuerdo que ese fue el primer mitin violento de la ciudad; hubo pistolas y todo eso”.

Mi pelotón de fusilamiento, 1958. 



Al final la imagen se publicó en 13 periódicos y lo hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 1958. Para ese entonces, Mangel llevaba 17 años como profesional. Había iniciado en 1941, año en el que publicó su primera fotografía en la revista “México”, en la que mostraba todo lo que había asimilado de sus maestros Ricardo Razetti y Manuel Álvarez Bravo.

“Aprendí mucho siendo el canchanchán”, asegura Mangel, quien guarda celosamente las revistas en las que han aparecido sus placas, como “Hoy”, “Mañana”, “Siempre”, “Al día”, “Sucesos”, “Zócalo” y “Revista política y Solidaridad” del Sindicato Mexicano de Electricistas.

O que tal aquella otra imagen titulada “La tercera caída”, donde se ve a un maestro hincado en el suelo con el rostro ensangrentado, luego de que fuera aporreado en una marcha el 4 de agosto de 1960. “Lo de la tercera caída es literal. Ya lo habían madreado tres veces”.

-Es una foto muy fuerte. El hombre lo está viendo a los ojos...

-Yo mismo se lo pedí. Le dije: “Levanta la cara, para saber a quién le dieron en la madre”. Esa vez estuvo duro, hasta entró la caballería.

La tercera caída, 1960.


-Y a usted, ¿cuándo le tocó?

-Varias veces. En una ocasión, un pinche bombero hijo de la gran puta me tiró un hachazo. Me salvé gracias a que un compañero me jaló, sino estuviera muerto. En otra más un “perjudicial” me retó. Yo le dije: “Son ustedes unos hijos de la chingada. Y no te rompo la madre por tu defecto”. Estaba manco el cabrón.

Pero lo más fuerte aconteció en junio de 1971, el día del halconazo. Iba solo al frente de la marcha cuando unos hijos de la gran puta comenzaron a madrearme. En ese momento llegó el editor de fotografía de El Nacional, Alfonso Carrillo, para retratarme. Pero entonces me soltaron y bolas, que se van contra él. Al final yo le tomé la foto cuando lo estaban agasajando.

Y aquí, Mangel aprovecha para dar una pequeña lección: “En las marchas siempre hay que ir adelante, ahí es donde suceden las cosas. Los que vienen atrás ya no van a tomar el agasajo fotográfico. Esa es la mejor manera de hacer un reportaje”.

Represión y violencia policíaca contra jóvenes disidentes. 


REBELDES EXILIADOS

Este acontecimiento hizo que Mangel estuviera en la mira de las autoridades. La consigna era matarlo. Por eso decidió autoexiliarse en Canadá por diez años, relata Mangel, quien adoptó la actitud rebelde de su padre, un revolucionario que participó en la redacción del Plan de San Luis y que también tuvo que exiliarse para salvar su integridad.

“Con un papá así uno no puede fallar. Mamá siempre nos decía: ‘Tu padre fue una persona decente, incorruptible’. Tenía los tamaños para hacer las cosas, no se andaba con bromas. Una vez, cuando formaba parte del Colegio Militar, y Porfirio Díaz pasó a su lado, le gritó: ‘aléjate, Satanás’, lo que, por supuesto, le valió un castigo”.

-¿Hasta qué punto se arriesgaba por una foto?

-Pues mucho. En esto hay que andar con el cerebro frío. Así es el oficio. Llega a ser ingrato, pero la satisfacción de ver que otros estiman tu trabajo es lo que más cuenta.

-¿Y los chayotes (soborno)?

-Yo nunca agarré uno. Hay que tener respeto por uno mismo. El que no se respeta no lo respeta nadie. Si coge uno un chayote ya se chingó, porque entonces es comprable.

-¿Qué puede contarme del 2 de octubre del 68?

-Ese día se casó uno de mis primos y pues se me fue la matanza. Quise ir pero mi tía no me dejó.

-Para usted, ¿quién ha sido el presidente más represor?

-Sin duda Adolfo López Mateos. No fue más represor que Gustavo Díaz Ordaz, pero porque no tuvo tiempo. Mateos fue responsable de las represiones de los ferrocarrileros, los maestros y los petroleros. Con él se iniciaron las represiones y con ese hijo de puta Humberto Romero Pérez, su secretario particular.

-Justo ahora que estamos platicando hay una marcha...

-Lamentablemente las cosas no han cambiado mucho. Las leyes siguen siendo para proteger al Estado y que se joda el pueblo.

-Con qué se queda después de toda una vida dedicada a la fotografía.


-Con satisfacciones, pero sin dinero. Yo fui un fotógrafo muy barato. Nunca fui goloso para cobrar mi trabajo, por eso ahora estoy tan prángana...